Match Point

Querido Lector:
Hace unas tres semanas, una lluviosa noche de sábado, me dispuse a ver -junto a mi Esposa- una pelicula recomendada por mi profesora, Rosa, de Filosofía del Arte. Paso a reflejaros la reseña que he realizado de esta extraordinaria cinta dirigida, por el sin par, Woody Allen.


Breve reseña sobre Match Point

Debo reconocer que cuando visioné la película, me satisfizo, me gustó —como describiría Tatarkiewicz— en un sentido puramente estético, como producto mental,  como forma, color y sonido.
Mientras pasaban los créditos, quedé un rato pensando qué había querido Rosa —mí profesora— mostrarnos y/o decirnos con esta obra, a la vez, bella, pero carente de toda justicia poética.
A modo descriptivo, en la cinta aparecen las principales galerías de arte moderno londinense, tales como, la Tate Galery o la Saatchi, todo muy Brit. ¿Eran éstas las claves de esta obra? A simple vista, el arte estaba presente, no obstante, tenía que haber algo más.
Pero, lejos de eso y de una sencilla alusión a Sófocles, “no haber nacido nunca, puede ser el mayor de los favores” —comenta Él— cuando dialogaba en su cocina con los espectros de sus víctimas; no encontraba muchas referencias directas al mundo de la filosofía.

A los dos días, empecé a entender que...
¿Era la dualidad de la belleza? que, magníficamente representaba, Nola, la protagonista. Se podría decir de ella, que es al arquetipo de la dualidad platónica, de un lado, una estética rotunda, que conduce directamente al pecado y a las pasiones más terrenales; y de otro, un alma sencilla y humilde que, como mujer-madre, tan sólo reclama lo que es normal y justo, que no es otra cosa, que poder tener a su hijo con su padre. Aunque no es menos cierto que ese deseo colisiona con la vida de la legítima esposa de ese “padre”, (a la que quiere convertir, con su hijo, en diana de su dolor, para así, atacar a su Exnovio y a su Exsuegra).  
En este film, destaca la belleza musical, todo ello se entremezcla con la profunda decadencia; la total y absoluta falta de escrúpulos que el atractivo personaje masculino representa.

No quiero finalizar mi reseña, sin una alusión a la suerte. Auténtico comienzo y final de la historia, bucle que da forma al relato y a la vez, hace las veces de auténtico bálsamo de fierabrás para la atormentada alma del infausto tenista.
Esta tragedia en toda regla, sería —seguramente— reprobada de manera clara por Platón, pues de ella, no se desprende virtud recompensada, nos confunde moralmente, además y por supuesto, de ser una imitación del mundo de las ideas.
También, pienso que no habría sido del gusto de Aristóteles, pues, pese a ser bella y gustar a las personas, nos cuenta una parábola amoral y que carece de harmatia o “defecto trágico” en el protagonista masculino, que, como Medea, decide matar a su hijo no nacido, antes que asumir las responsabilidades que Eros, a través del placer extremo, ha colocado ante sí.  
Subyace al final, un mensaje muy Socrático, y es el de la contaminación del alma por la aberración cometida. “Somos hijos de nuestros actos” que queda latente en la mirada de Cristopher —el triple homicida— mientras su suegro brinda con Champán por el nacimiento de su hija; en ese momento su Esposa —Cloe— le dice con cariño: “apuesto a que la próxima es niña…

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