Cosmovisión culinaria
Restaurante Tamarguillo
Entramos
y, de inmediato, vemos desfilar un sin fin de platos que aún sin probarlos, se
antojan deliciosos. Pido una mesa y mientras espero, medito un instante en lo
que Harris[1]
M. asevera:
“Comemos
lo que comemos, para diferenciarnos de otros grupos humanos…”
Finalmente,
no existen motivos para comer o no comer, determinados alimentos.
¿Por
qué en esta ciudad se esmeran no sólo en el sabor? Sino que buscan a toda
costa, la belleza formal. ¿Hasta qué punto lo bello es deseado, apetecible,
sugerente a ser devorado?
Kant,
nos diría que aplicásemos el principio de distancia, de representación, pero,
¿Cómo aplicar distancia, desapego o falta de interés, ante algo cuyo aspecto,
olor y sabor, han sido elaborados con esmero por generaciones de homos, para
justamente, eso…?, ¿Seducirte, invadirte culturalmente desde dentro?
¡Al
fin la mesa! Con presteza, nos sentamos. El camarero diligente, nos canta la
carta y mi Esposa como filóloga de raza, se va parando en aquellas tapas que
presentan una musicalidad o sonidos especiales; he aquí otra parte de nuestra
cultura alimentaria, aspecto, olor, sabor y sonido, es decir, bello y que suene bien. Se para en las pavías de
bacalao y en las taleguillas de marisco. Y eso se pide, con ensaladilla rusa y
unas cañas bien tiradas, con dos dedos de espuma y con el vaso bien frío, en
Sevilla, son frecuentes los bares que anuncian:
“tanque
en salmuera”, que es algo que le confiere aún, más frío que el propio del
sistema, una recreación técnica de la realidad humana, para radicalizar el tan
necesario fresquito fundamental, al que tiene que estar servido una buena
cerveza, Cruzcampo, por supuesto.
Cuando
se marcha con la comanda el camarero, hablamos y le pregunto a mi gente, oíd,
- ¿taleguilla,
no es esa malla que protege los genitales del torero?
- Sí,
me dice riendo mi Mujer.
Otra
vez el lenguaje, mezclado a partes iguales con las formas, el sabor, el sonido
y el olor. Ese lenguaje común, público y cotidiano, que es lugar de encuentro,
plaza porticada de nuestras almas, en la que confluyen definitivamente, y que
nos hace humanos.
Cuando
nos la sirven le hago esta foto y ahora sí. ¡Vamos a probarlo!
¡Uhm!...Delicioso,
rico, rico.
Realmente,
me digo a mi mismo: Sí, Moisés, es posible obtener una cosmovisión a través de
los saberes culturales, a través de los sentidos, esos saberes, viejos, que nos
hacen “homo”
Scheler[2],
nos diría que se trata, justamente, de eso, de encontrar el puesto del Hombre
en el inmenso universo.
Mientras
se lleva su Coca-cola a los labios, mi Hija, nos pregunta con una risita:
¿Papá,
vamos a pedir las croquetas?
¡Claro
cariño…!
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